lunes, 27 de abril de 2015
LA IGLESIA DE LA BUENA MUERTE
Fue el padre Goldoveo Carani, natural de Sicilia y
religioso de la casa primitiva de agonizantes de Roma, quien vino a Lima en
1709 con licencia para colectar fondos para la canonización de san Camilo de Lelis,
estando aquí en la ciudad de los reyes contrajo buenas relaciones con un
eclesiástico llamado D. Antonio Velarde y Bustamante, natural de Burgos quien
poseía en la calle que conduce al monasterio de santa Clara varias fincas que
le producían buena renta, pero resolvió hacer donación de ellas a fin de que
pudiese fundarse una casa de religiosos agonizantes, la cual se hizo con
escritura el 31 de octubre de 1710.
El padre Carani construyo inmediatamente una
capilla que se tituló de nuestra Señora de la Buena Muerte, acudieron muchos
vecinos con sus erogaciones para cooperar al logro de aquel proyecto, estrenado
el pequeño templo doña Mariana de Castilla viuda de don Pedro Bravo de Lagunas,
llevo la imagen para vestirla y adornarla y obsequio una casa suya, en esa área
se procedió después a edificar la iglesia que existe hasta hoy llamada de la
Buena Muerte, doña Mariana costeaba la fiesta anual que se hacía y cuando falleció
el 22 de marzo de 1742 fue enterrada al pie del altar de la virgen.
El señor fiscal de la audiencia don Lucas Bilbao de
la Vieja, pidió se demoliese la capilla y que el padre Carani fuese enviado
bajo partida de registro a España, conforme a reales resoluciones porque nadie
podía levantar un templo sin real licencia, cuando esta resolución estaba por
ejecutarse por disposición del real acuerdo, la muerte súbita del fiscal Bilbao
causo gran espanto, tanto que nadie se atrevió hablar más de este asunto; en
1716 a solicitud del padre Carani vinieron de España con el virrey príncipe de
santo Buono, dos religiosos de la casa profesa de Madrid, llamados juan Muñoz
de la Plaza y juan Fernández, quienes se ocuparon en Lima de las funciones de
su ministerio, mientras el padre Carani recorría el alto Perú en demanda de
limosnas para san Camilo.
Fue el comerciante don Gregorio Carrión quien
costeo el viaje de otros religiosos que se pidieron a España, mientras
continuaban las diligencias para conseguir permiso del Rey, a fin de establecer
el convento el cual se logró en 1735 por real cedula del 10 de marzo, mediante
la influencia del virrey marques de Castell Fuerte y del arzobispo Francisco
Antonio Escandón, el padre Goldoveo Carani no alcanzo a ver la licencia pues
murió un año antes de que se recibiera dicho documento.
Es así que las fincas dadas por D. Antonio Velarde
y Bustamante, mas unas tierras que cedió al convento en el pago de santa Inés
doña María Belaunde, fueron bienes que poseyó la religión que tuvo por
patriarca a san Camilo, se estableció noviciado y estudios y fue el primer
novicio el doctor José de la Cuadra, abogado quien al retirarse de este mundo
dio al convento 34 mil pesos y la casa en que vivía, en la iglesia de la Buena
Muerte hubo pinturas de mucho mérito y valor, que desaparecieron en tiempos
posteriores, tuvo notables religiosos de las ciencias o de buena fama por sus
virtudes, como D. Martin de Andrés Pérez natural de Alcarria, cuya ejemplar
vida escribió el padre Gonzales Laguna.
viernes, 17 de abril de 2015
LA PRIMERA COLECTA PÚBLICA EN LIMA
Corría el año 1535 y Lima era apenas
un esbozo de ciudad, chozas desperdigadas, acequias rusticas, casas a medio
construir con mangles, cañas y cajas de barro, asomo de torres, atisbos de
balcones, la ciudad de los reyes que con el tiempo habría de crecer
prodigiosamente, hasta llamar la atención de viajeros cultos y enterados, de
ciudades lucidas y colmadas de la vieja Europa, se realizó la primera junta de
vecinos y con orador designado por el cabildo, en la plaza de esta ciudad el
mismo año de su fundación.
El orador designado fue Hernando Pizarro,
quien ya había conocido y estado en Lima el año 33, fue uno de los primeros que
aprecio el hermoso valle que atraviesa el rio Rímac, Estete dejo en su relación
interesantes pormenores de aquella entrada, que sirvió sin duda al futuro Márquez
Francisco Pizarro y sus compañeros, para escoger en el asiento del cacique de Lima
la sede para la cabeza del nuevo reino, ganado para gloria de doña Juana y del
Rey Carlos V.
Hernando Pizarro era el más simpático
de los Pizarro, educado y muy orgulloso, de una vitalidad tan poderosa que vivió
hasta los cien años, a pesar de haber estado 20 años en prisión la que soporto
con estoica serenidad y digna compostura, Hernando era de hidalgo origen y se
sentía pagado de la legitimidad y claridad de su sangre, no obstante siguió la
bandera del hermano ilegitimo don Francisco Pizarro.
Hernando Pizarro fue rumboso y amante
del boato, a él debe Francisco Pizarro la resuelta ayuda de Carlos V, por él
pudo reunir una escuadra tan numerosa como bien surtida, pues Hernando había
hablado con el emperador ya que era galano y de palabra fácil, pero soberbio y
altanero, tenía atractivo y sugestión cuando quería, también era rencoroso en
grado sumo como lo demostró con Almagro, Hernando se presentó en España con magníficos
presentes, oro en abundancia y una exquisita profusión de objetos del arte
indígena, que produjeron sensación en la corte pero no fueron apreciados en su
valor, fueron tomados como muestras idolátricas y fundieron el metal.
Volviendo a nuestra historia era un día
de noviembre de 1535, Hernando Pizarro platico varias veces con Francisco Pizarro
y con alcaldes y regidores, de la conveniencia de enviar donativos al monarca
en gracia de las mercedes recibidas y por recibir, el cabildo trato gravemente
el punto en reunión especial, se acordó como se ve en la página LXIII del
primer libro, que el 12 de aquel mes y año todos los vecinos se juntaran,
tañeron todas las campanas, lo que confirma que desde el comienzo ya hubo
sonoros bronces en esta ciudad tan de campanas y tan de campanillas.
Se pregono así y fue Hernando Pizarro
el encargado para hablar al pueblo reunido, se citó a todos bajo pena de multa
de cien pesos de oro a los remisos, de la cual la mitad seria para el fisco de
su majestad el Rey, la otra parte para el acusador y juez; era la tarde del 12
de noviembre de 1535, bajo pregón y campana Hernando Pizarro acompañado por el
gobernador Francisco Pizarro, los alcaldes Ribera y Tello, los regidores, se
pidió silencio y Hernando Pizarro hablo con elocuencia de la necesidad de
enviar al soberano un donativo.
El cuadro puede rehacerse fácilmente
en su contrastada vistosidad, pobreza en el ambiente urbano, pero relumbrante y
resplandeciente en el atuendo de los conquistadores, que sobre las corazas
llevaban como describen los cronistas, joyas muy valiosas, galanas plumas y
costosos arreos, es bien sabido que entre los conquistadores los hubo de mucha
prestancia, de buen linaje, de señoriales hábitos, aun entre los aventureros
sin solar conocido y paupérrimos de origen, el gusto por las galas y el afán de
señorear imperaban, dentro de cada español por humilde que parezca siempre hay
un señor, un gran señor, fama dejaron y los cronistas lo dejan ver, Hernando y
Gonzalo Pizarro, los Almagro, especialmente el llamado el mozo por la
fastuosidad y pompa de sus atavíos.
Debió ser pintoresco y hermoso el
cuadro en su primitiva sencillez, la pompa de los hombres y la gris y pobre
simplicidad de las cosas que los rodeaban, en el inicio de esta ciudad de los
reyes.
“la mejor madera es la del árbol que
ha crecido mucho tiempo”
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