sábado, 26 de abril de 2014

FRANCISCO PIZARRO Y LA CONQUISTA DEL PERU (SEGUNDA PARTE)

Tras de don Cristóbal Colon don Rodrigo de Bastidas viajaba desde el año 1501, por las costas de Cartagena y Cumana comerciando con los indios en forma pacífica, ya que Bastidas más que un conquistador era un mercader, una especie de turco de estos mares, les cambiaba oro y esmeraldas a los intonsos naturales por espejuelos y quincallas, alamares y toda suerte de minucias que llenaban el ojo de los salvajes, como buen mercader Bastidas no les daba de palos ni les cortaba la cabeza, les cambiaba latas por aretes de oro y se marchaba tan campante, pero en una ocasión Bastidas se opuso al saqueo de las cabañas de los naturales y fue acuchillado por los suyos que deseaban robar a los nativos.


Don Alonso de Ojeda era un aventurero que acompaño a Cristóbal Colon, era tenaz, audaz y temerario y quiso instalarse en Urabá, que fue el sitio descubierto por Bastidas, mas no pudo quedarse y salió mal parado y con algunos golpes, pero era testarudo e intento ingresar con don Diego de Nicuesa pero ni por esa en este nuevo intento, cambio de rumbo y fue a buscar el Darién, celebre ya por sus riquezas, pero no lo encontró y fundo san Sebastián que fue el segundo pueblo castellano en este continente; pero los soldados famélicos de oro no eran gente para afincarse en ningún sitio, no querían labrar la tierra y cosechar con sencilla placidez los productos del suelo, más les gustaba acogotar caciques y entrar en los poblados y cargar con el oro que encontraban, pero escaseaban los víveres, los indios guerreros los embestían día y noche propinándoles malos ratos, don Martin Fernández de Enciso, letrado de pocas pulgas y escaso tacto quien debería haber llegado para socorrerlos no se asomaba, y se amotinaron los hombres y decían:


El diablo ha de llevarnos si no ponemos coto a la pachocha de don Alonso, el yantar es difícil, muertos son ya muchos y aun dejaremos nuestros huesos si no abandonamos este suelo de perdición, que hacer, debemos mudarnos de lugar.


Que vaya don Alonso a hallar a Fernández de Enciso o mal rayo lo parta.


Don Francisco Pizarro tendría aproximadamente 40 años cuando sucedió esta aventura, y fue elegido por los soldados para hablar con don Alonso de Ojeda a nombre de la tropa, era una mañana ardiente bajo el toldo del veterano de Navarra, después de esta reunión don Alonso convino en marchar y buscar a Enciso y traer alimentos.


Y Pizarro le pregunta ¿y si no retorna don Alonso?


Si a los 50 días de partir no retorno idos a donde mejor les pareciere con la tropa, a vos te la encargo don Francisco Pizarro, a usted no le ha de faltar tino, ni le escasea recursos a un hombre como vos, de tanta experiencia e ingenio.


Merced que usted me hace mi señor don Alonso.


Mañana partiré.


Y pasaron veloces los cincuenta del cuento y entonces don Francisco Pizarro, quiso meter su tropa en los dos bergantines mal parados que le dejara don Alonso de Ojeda, solo que eran sesenta soldados y considero que eran demasiados para los dos bergantines, entonces don Francisco espero tranquilamente que murieran algunos, cuando vio que el numero era propio para no sucumbir mando subir a bordo a los escasos que quedaban.


Pero eran cascaras leves los bergantines de Pizarro para este mar tan bravo, y partió sin más recursos que su entereza, echando trapo al viento y embistiendo resuelto hacia lo hondo del curvado horizonte, el mar en calma al principio se encrespo de pronto y se tragó de un sorbo un bergantín, don Francisco iba en el otro y se atemorizo, ordeno enfilar a Cartagena de muy ingrata recordación para todos ellos, por la furia de los nativos de aquel paraje, pero don Francisco considero que era mejor agarrarse a golpes con los nativos del lugar, que pelear con el oleaje de aquel piélago horrendo, traicionero y avieso; arribaba ya al puerto dispuesto a pelear con los nativos que emponzoñaban con curare sus aguzadas flechas, cuando escucho los gritos de júbilo de un vigía.


Albricias capitán velas a sotavento.


Don Francisco sin moverse de su sitio pues era cuidadoso, y aunque su corazón salto campanero en el pecho abombado, fingió serenidad, giro su cabeza despacio y grito haciendo de bocina con las manos.

Soldados valerosos deponed las armas que ha llegado el socorro prometido y las indias son nuestras.

Salto la soldadesca llena de júbilo, algunos se arrodillaban y rezaban dando gracias a Dios y a los reyes cristianos.


Y los rudos soldados, flacos, hambrientos, casi en cueros, desesperados hace un rato y listos a pelear en desventaja con aquellos feroces naturales, reían y gritaban, lloraban o cantaban reventando de alborozo.


La nave de Fernández de Enciso y un bergantín del mismo enseñaban sus velas salvadoras, blancas e inmaculadas recortando el mar, los propios pajarracos marinos parecían alegres y los endemoniados naturales se espantaron.


Se abrazaron don Fernández de Enciso y don Francisco Pizarro.


Sea bienvenido vuestra merced, mi señor don Martin Fernández.


¿Qué sabe de don Alonso de Ojeda?


Él se fue y me dejo al mando.


Vive Dios y a donde fue


Fue en su busca señor.


Roguemos a Dios que retorne y buenos vientos lo empujen.


A bordo de la nave mayor de don Martin Fernández, el capitán Francisco Pizarro conto las desventuras ocurridas, y de cómo resulto de repente capataz de esta partida.


Recibió las alabanzas de don Enciso, alabo el gran tino y su buen seso mostrado en todo ello, y lo reconoció como capitán para allí en adelante ante la tropa esperanzada.


Pareció opacarse don Francisco Pizarro, cediendo el sitio principal a hombres más descollantes, don Francisco ya era un hombre maduro y sabia muchas cosas de esta vida prestada, conocía a los hombres y sus mañas, la vida ingrata de grandes contrastes, penurias y acechanzas, ira y odio, venganzas, muerte y sangre.



Don Martin Fernández de Enciso ordena dirigirse hacia Urabá, a pesar del disgusto grande que siente la gente, ya que fueron innumerables las miserias soportadas allí, halagos, promesas y esperanzas de don Martin, los hacen ceder aunque de poca gana, 150 hombres llevaba la expedición, 12 yeguas muy finas y 50 caballos, armas de lo mejor, bastante ropa y alimentos, los soldados comieron mejor ese día y se doblegaron al halago, pusieron buena cara y se dejaron conducir esperanzados.


Bajo el fuego del sol en el zenit, reverberaba la playa promisoria como sonriendo a los viajeros con una sonrisa de oro.


Urabá, Urabá.


Tras feliz travesía, cortos días de calma y viento en popa, Urabá se destacó en el horizonte.

Animosos cantaban los viajeros, alegres de llegar.


Urabá, Urabá.


Más de pronto el traicionero mar protervo, silva el viento violento, se encrespan las olas con fiereza imprevista contra las naves cargadas, un remolino traidor se traga a la nave capitana, horror, horror.

Urabá de los demonios, que mal rayo te parta y te funda, gritaron algunos soldados, nadan los hombres tragando agua salada y escupiendo espumajos, mientras los indios ríen en la playa y ensayan su puntería con ellos, el bergantín tira los cables y muchos desesperados se agarran a los cabos, otros semidesnudos arriban a la orilla trenzándose a pelear con los indios matreros.


El capitán don Francisco Pizarro no iba en la nave que se hundió ¿no es acaso el destino? Con sus

brazos inmensos, de férreos puños y mirada de halcón, la fortaleza de Urabá, el caserío y las barracas del tiempo de don Bastidas, hechas cenizas yacen en escombros.


Los indios esperan a pie firme, defendiendo su suelo.


Ya la tarde caía, indios y aventureros casi desnudos en esa playa solitaria, peleaban como fieras, chorreando de sudor y bañados en sangre, se escuchaban los insultos de los soldados.


Ira de dios, rayos y truenos, demonios encendidos, gentes de corta anima.


El sol se perdía tras del mar, sanguinolento y homicida espumaban las olas.



En la mañana tras mucho meditar don Fernández de Enciso dijo, ya que así me lo piden pues que sea, tornaremos a la española y abandonaremos este continente, fue cuando un mozo de la tropa de gallarda figura y buen talante dijo con palabra fácil y admirable decir:


Yo me acuerdo que en los años pasados al venir por estas costas con don Rodrigo Bastidas, entramos a un golfo por la parte occidental y saltamos a tierra donde encontramos un gran rio, en la orilla opuesta vimos un pueblo asentado en tierra fresca y abundante, habitado por gente que no ponía yerba en sus flechas.


El que exaltaba el ánimo con tales palabras, levantando a los aventureros y reanimando sus bríos, soplando el rescoldo de la ambición casi apagada; era Vasco Núñez de Balboa y tal como lo dijo en Urabá, atravesando el golfo los bergantines encontraron la tierra prometida, fresca, apacible, promisoria; Vasco Núñez gano con ello la voluntad de aquellos soldados sacados de tal apuro y tan oportunamente, abandono el anonimato en que vivía y así de buenas a primeras resulto la figura principal de aquella tropa, que es capaz de toda hazaña y de todo prodigio, siempre que una cabeza serena y de ver claro, una robusta voluntad y un brazo firme le den un rumbo.



Es Vasco Núñez de Balboa el que señorea sobre la soldadesca, era gentil, valiente, de mente despejada, fácil palabra, ingenioso y muy diestro con la espada, de alta estatura, pero hasta ahora pasaba desapercibido; es que los hombres y la ocasión tienen su punto, igual que los almibares y dan fuego solo cuando la pólvora que mata, se encuentra con la chispa que ha de arder en el mosquete, el dedo que dispara y el cuerpo que recibirá el plomo.



Don Fernández de Enciso perdió el apoyo y al primer descalabro, lo depusieron en un tris del mando, alzando a Vasco Núñez de Balboa que nada perezoso ni poltrón, agarro firme el mando aprovechando la ocurrencia que tan del caso le venía; pero paso que al arribo de los aventureros los nativos de allí creyeron oportuno recibirlos a malas y a tundas, forzándolos a pelear con graves consecuencias para ambas partes, por ser Cemaco el nombre del cacique de aquel lugar, pero a la postre con gran contento y algazara se posesionaron del poblado haciendo buena pesca de oro puro probado, como el botín resulto gordo y la codicia reprimida por las calamidades rebozo, agujereando las conciencias, don Fernández de Enciso en pésimo momento trato de parar el pillaje, negando a la falange autorización de incursionar más adentro, la tropa airada lo tildaron de avaro pues los había herido en sus pasiones, la codicia insaciable y la esperanza frenada, sazonadora de desabrimientos, vendedora de ilusiones, retoño de las pasiones, que inflaban los pechos de altiveza y gallardía; ya habían dos grupos en la compañía aventurera, una la de Fernández de Enciso y la otra de Vasco Núñez.


Es un avaro decía la soldadesca descontenta, todo lo quiere para sí.


Si todo lo quiere para el solo


Toda pitanza cree pertenecerle


Es un trapisondista


Es un cangrejo, ira del cielo.


Procede en nuestro detrimento


Colguémoslo de una verga tan largo como es.


Don Martin Fernández sudaba frio viendo el torbellino que se le venía.


Vasco Núñez debe ser nuestro comandante


Es hombre de otra pasta, de sobrado ingenio y de recursos.


No como ese miserable de Fernández que solo quiere oro para él, como si fuera a comerlo.

Había entre los soldados cierto sujeto hábil, tinterillo, letrado, artificioso en menesteres de tinta y pluma, fraseos y papeleos.


El cual dijo a la tropa descontenta: ojead bien lo que hacen, piensen con tino con los planes que abrigan, no vayan a cometer un delito y caer en fueros, justicias y partidas.


Que nos aconseja usted señor leguleyo para salir con bien, en este desatino en que andamos metidos por el descalabro de don Martin Fernández.


Yo estoy de vuestro bando, barrunto que don Vasco Núñez es más rico de seso, en estas andanzas y peligros hay que elegir bien, una tiesta bien asentada y un firme corazón.


¿Ergo? Concluye leguleyo, no te alargues que el tiempo es corto.


Pienso que hay que argüir buenas razones, vos diré que la tierra en que posamos las calcetas es el Darién, que somos unos ignorantes cosmógrafos en asuntos de indias, entonces si es el Darién este sitio y no esta en las cartas que traemos, pues entonces estamos fuera de la jurisdicción que señalo su majestad don Fernando el católico al desventurado don Alonso de Ojeda, entonces también está fuera de este avaricioso bellaco de don Martin Fernández de Enciso.


Que mal rayo lo parta.


Sí que mal rayo lo parta, bien dicho, por lo tanto no le asiste derecho fuero alguno para mandarnos bien ni mal, podemos tirarlo tiesta abajo o zambullirlo en la procela.


Se alegró la tropa.


Va de veras redomado bellaco leguleyo.


Hablo con certeza.


Por la cruz de san Andrés, tan cierto es lo que hablo, como que es verdad nuestras desventuras.


Tras lo afirmado por aquel enredista de pluma y de tizona, el bando principal depuso a Fernández de Enciso, determinaron proveerse por lo pronto de una gobernación municipal, nombraron alcaldes, asignaron regidores, fundaron un cabildo y entregaron las varas de la justicia de primera intención a Vasco Núñez de Balboa y aun tal Martin Zamudio.


No paro todo allí pues los partidarios de Fernández de Enciso, que eran muy pocos no se callaban el descontento que traían dentro y alegaban.


Quien nos conduzca y nos gobierne debe ser don Martin Fernández de Enciso, don Vasco Núñez es joven todavía.


Que quieren ustedes que sea un viejo con reuma, curvado como el arco de una flecha, cara rugosa cual corteza, piel colgante y vientre flácido para regirnos.


Disputaban sobre eso cuando atronó el aire el estampido de gruesa artillería que venia del mar.


Navíos a la vista


Velas al orto


¿Quién será?


Lentamente se mecían sobre las olas soberbias dos navíos que avanzaron al golfo.


Don Diego Enríquez de Colmenares era quien conducía, había salido de España cargando setenta hombres, armas y municiones, bastimento y caballos, venía en socorro de Nicuesa, pero tormentas implacables lo arrojaron a las costas hostiles de santa Marta, donde los indios diezmaron la tropa y decidió ir al golfo de Urabá de infeliz memoria, y como no encontraron ni rastro de Ojeda ni de su expedición, decidió disparar la artillería con esperanza de respuesta, como espero salió la gente del Darién al escuchar los estampidos, allí en la Antigua como no le dieron noticia del paradero de Nicuesa, decidió dar los bastimentos y provisiones a los que estaban allí y ganándose su voluntad.

Y que es de don Francisco Pizarro que por ventura no suena ni truena, el disfruta de envidiable salud y viene salvando el pellejo maravillosamente, también de acechanzas y ardides que esta empresa no está libre, vive modestamente casi a oscuras entre tanto destello de gloria, guardado muy guardado por el destino de brazos estirados, de manos férreas y mirada de halcón, ya llega su ocasión esta acurrucada en su futuro, en espera del capitán Francisco Pizarro.


La magnífica expedición de Nicuesa que partiera de santo Domingo, tenía ochocientos soldados, veteranos en estas caravanas del océano, cinco naves pesadas, dos bergantines agiles, artillería, caballada, pero la cadena de penurias, las luchas sangrientas, hambre y calamidad, contrastes amargos, caídos como plaga infernal contra los barcos de Nicuesa.


Desgraciado Nicuesa, sino negro y fatal lo perseguía por doquier, con saña contumaz, como si todos los horrores posibles de la tierra los inventara el mismo diablo para su perdición.


Pobre don Diego Nicuesa


A diferencia de otros hombres de temple que sacan fuerza de flaqueza, aprenden de los muchos contrastes e infinitos dolores a dibujar una sonrisa en los labios, borrar con gran sabiduría las desilusiones, don Diego de Nicuesa se llenó de amargura, Nicuesa que era alegre, benévolo, se tornó desabrido, aburrido, de poquísimas pulgas, se le agrio el carácter y el ademan; así lo hallaron los que partieron en su búsqueda, soltando el veneno que lo corroía, amenazo y bramo, dijo sandeces, armo tamaños desaguisados, prometió la cárcel y la horca si no se sometían y le dieran parte del botín, muchos se pusieron en su contra y renegaron de la hora en que fueron en su busca.


Grande era el descontento y pasó lo que debía pasar, los de Darién se molestaron y se unieron más a Vasco Núñez de Balboa, y un día acogotaron a Nicuesa y en un ruin barquichuelo, el menos útil lo expulsaron del puerto soltándolo al extenso mar.


Gran capitán, hábil político, animoso así era Vasco Núñez de Balboa, amo natural por ingenio, señor de aquella colonia castellana perdida en tierra firme, con su puñado temerario de aventureros.


Vasco Núñez no quiere correrías, ni latrocinios ni incursiones, solo en casos extremos, nunca hacer daño inútilmente, hace amistad con los caciques, solo mata y acogota cuando aprieta la cosa, cuando matar y acogotar resulta saludable.


Prospera la colonia, día a día descubre Vasco Núñez zonas dignas de ver, ha hecho de amigos algunos caciques, convive con una buena moza emparentada con cierto reyezuelo.


El capitán Francisco Pizarro siempre está cerca de él, un día le encargo castigar a un cacique que desobedeció, otro lo ha llevado consigo en tal cual correría, a su lado se hallaba cuando el hijo mayor del cacique principal Comogre, al ver pelearse a los soldados por las piezas de oro que les diera dijo:

Porque riñen, dijo con asco, escupiendo en el suelo, porque reñir y disputarse esas minucias, si vuestra ansia de oro es de tal suerte que hasta han dejado sus tierras para lograrlo, yo les mostrare un lugar donde podrán a manos llenas aplacar tal deseo.


Ojos como platos pusieron los soldados al oír al hijo del cacique.


Pero deberán enfrentarse con un rey poderoso, que defenderá con vigor sus dominios, primero hallareis a un cacique muy rico que reside a la distancia de seis soles, luego veréis el mar que hay por esa parte.


¿Hay un mar a ese lado? Al mediodía, interrogo Balboa.


Sí que hay, gentes organizadas navegan por el en naves menores que las vuestras, esta gente es tan rica que comen y beben en vasijas doradas del mismo metal que disputáis con tanto encono.


Han notado que el hijo del cacique Comogre habla como los castellanos, os llama la atención perspicaces lectores, fueron escritas salvo pequeñas variaciones por un cronista de apellido Quintana que las tradujo.


Corre el tiempo veloz


Corre que corre.


Vasco Núñez descubre el océano pacifico cierta tarde de invierno, encapotado don Francisco Pizarro esta junto a él, ya el Darién prospero tremendamente y el felón amargado de Pedrarias fastidia la paciencia de Vasco Núñez; mientras que Vasco Núñez es amado, el viejo Pedrarias odia a Balboa porque es lo que él quiso ser, obra de mala fe y le pesa la vida, hay una lucha sorda entre los dos, hay treguas leves que son propiciadas por las polleras de la esposa del viejo, buena dama que hasta caso a Balboa por poder con una hija de Pedrarias.


Ya está fundada Panamá ante el océano pacifico anchuroso, y Vasco Núñez convence a su suegro vinagre don Pedrarias, para que lo deje ir a la tierra del oro del que hablara un día el hijo del cacique Comogre, ya Vasco Núñez a construido varias barquillas, ya va a embarcarse al país del oro, pero mala la fortuna, el horrendo viejo Pedrarias le cuelga el sambenito de traidor y le corta el pescuezo, horror de horrores con el miserable viejo avinagrado.



Domina Pedrarias sin rivales, como dueño y señor en todo el istmo, el señor don Francisco Pizarro está al servicio del viejo que le paga por sus servicios, Pizarro apreso a Vasco Núñez de Balboa aquel día siniestro, tan mal estabas de doblones don Francisco que prestaste tu brazo para esta felonía.

Prospera Panamá


Hay mucho comercio, abunda la gente aventurera, los detritus del mundo caen como hormigas por allí, es 1534 año de gracia.


Las tabernas revientan de gente, se bebe vino viejo que galeones mercantes traen de Andalucía, en barricas y odres.


Manso y azul el mar ofrece sus promesas a los ojos audaces.


Cerca de la playa y camino al fondeadero donde los barcos de Balboa yacen desmantelados, son presa del embate incansable de las olas, a veces lentas y blandas, otras recias y violentas, muy cerca caminan dialogando dos sujetos, son de edad madura y cuentan con aproximadamente cincuenta inviernos, años mas años menos; uno de ellos es alto y fuerte, corpulento, de dura mirada, enhiesto andar y ademan violento; el otro es desgarbado y de pequeña estatura, rostro franco, clara y blanda mirada y fea catadura, tienen rostros que la vida a marcado sus huellas con esa marca de fuego que ella sabe imprimir, se nota que la suerte los a fundido por igual, de implacable manera, en forma dura.


Marchan al fondeadero por el canto de la playa, conversan con marcado interés sin cuidarse del agua que a veces llega hasta sus botas.


El de grande porte es el capitán Francisco Pizarro, el de menor estatura y el más feo, inquieto y hablantin es don Diego de Almagro, es un aventurero que vino con Pedrarias y que le sirve en ocasiones en sus trapacerías, pues lo tiene a sueldo.


Hace un tiempo que son socios el capitán Francisco Pizarro y don Diego de Almagro, viven pared de por medio, hacen negocios de momento, trueques de mercancías, reciben soldados por menesteres de aventura, Pedrarias los aprecia, cuenta con sus espadas; es bien parca la fortuna entre ambos, pero son hacendosos y se las ingenian, saben vivir conforme a la usanza y a las buenas maneras.


¿En que negocios andan don Francisco y don Diego?


Dicen que es el mayor de todos los que emprendieron hasta ahora, es Almagro el más empeñado, pues don Francisco anda mohíno y al parecer no quiere jugarse sus doblones en aventura tan azarosa.


Dice don Diego.


Vamos en busca de esa fortuna.


No lo veo de tan bellos colores don Diego amigo, dice don Francisco.


Muchas cosas ocurren a diario cosas de prodigio, Francisco


La vida es un azar y hasta ahora no me asido propicia, es mas prudente no pisarle el pie.


Medite capitán Francisco en lo que tengo referido, que si vos aceptáis le advierto desde ahora que meteré mis doblones sin recato, como en el cuerno de la abundancia y vos seres la cabeza, vive Dios paresco disfrutar mas confianza en vuestro valor, que la que sientes tu mismo amigo Francisco.

Pizarro no contesto y siguió caminando, con el ceño fruncido, mientras don Diego complacido al parecer en el negocio dejo vagar una sonrisa placida, por su rostro arrugado, seco y feo.


Mientras el mar cantaba su canción fragosa, refrescaba la briza y un aroma de yuyos les inflaba el pecho.


Es la plaza mayor de Panamá, la casa del cabildo, la parroquia, uno que otro solar, barracas de mercaderes delante de las veredas, una fontana al centro rodeada de palmares, acequias descubiertas de albañal que las cruzan, calzada de tierra endurecida, piedras del rio pavimentan algunas veredas, una taberna, es la mañana de un verano tórrido.


En la plaza mayor zumba el mercado de abastos, la torre sencilla de la parroquia deja oír el son de su campana desgranado en la plaza, hay movimiento en el mercado y los indígenas con sus cestos repletos puestos en la cabeza llegan en fila, frutas del trópico, tortas de maíz, sartas de patos y gallinas atados de las patas, los mercaderes hispanos muestran sus telas de Castilla, ponderando el tejido ante sus barracones, espaderos afilan las espadas, los armeros componen mosquetes y pistolas, o les cambian las piezas a viejos arcabuces, vemos a guarnicioneros, botoneros, van y vienen las gentes husmeando en las barracas, caminan soldados, aventureros o vecinos de solar conocido, hombres de campo, picaros y tahúres, gentes a caballo y otros a pie, mulas briosas, asnos o chúcaros corceles, mujeres honestas o meretrices, paisanas o españolas, mestizas o mulatas, que se detienen ante los vendedores de baratijas y de adornos, telas vistosas, finos paños de Holanda, zumba la plaza, saltan los pregones, pasan carros empujados por indios o tirados por yuntas, las transacciones menudean.


Todo el pueblo se vacía a la plaza mayor a esta hora.


La misa a terminado, hay mayor bullicio después de ella y hasta el cura de la parroquia, don Hernando de Luque se mescla en el gentío, a su paso menudean saludos.


Buenos días le de Dios.


Él se lo pague.


No saben la nueva.


Del señor capitán Francisco Pizarro y don Diego de Almagro.


Les ha ocurrido algo por ventura.


Dicen que parten en pos de tierras por el sur del pacifico.


Van de descubrimiento.


Van al país del oro, dicen que han comprado el bergantín que perteneció a Vasco Núñez de Balboa, el único que está sin averías en el ancón de Acla, piensan traer mucho oro y riquezas.


Fácil es palabrear y soñar, mas los tiempos vecino en que el oro se cogía como se recoge en esta tierra fruta del cocotero ya paso.


Son muchos los que quieren seguirlos, acompañarlos en esta empresa.


Dios los proteja y que lo logren.


“fonda de tierra firme” así rezaba en letras negras la taberna principal, frente a la esquina del cabildo, era sitio de enganche de soldados, campo de acción de las golillas, tinterillos, testigos de falsía y gente de toda condición.


En un rincón delante de la ventana embarrotada que miraba la plaza, sentados ante sendos vasos llenos de vino viejo, frente a frente están don Diego de Almagro y don Francisco Pizarro, a un costado escribe velozmente con buena letra, un sujeto letrado o escribano con su pluma de ganso, la que moja en un tintero de gran porte suspendido del cuello por un cordón, tiene un gran cartapacio de papeles.

Soldadesca copiosa los circunda, bebiendo a cuenta de ellos vino retinto de olor fuerte, que espitan de un gran botellón, beben con gran estrepito.


Ved que firmen todos don Pedro Sancho y cuida de las formalidades, no salgamos con mal de esta aventura.


Pierda cuidado mi don Diego que todo ira a la medida, contesto el escribano no sin guiñar el ojo a don


Diego de Almagro.


Uno a uno firmaron los soldados donde les indicaba don Pedro Sancho, no sabían leer muchos de ellos y trazaban garabatos, rayas o un símbolo con la pluma, otros ponían signos, lo que les salía, medios nombres, pedazos de apellidos, luego echaron un trago y estrechaban las manos de Almagro y Pizarro.


A la hora del alba, ya lo saben, no falten, pardiez al fondeadero, al alba no se olviden

viernes, 25 de abril de 2014

LA FLOR DE LA CANELA.


FRANCISCO PIZARRO Y LA CONQUISTA DEL PERU (PRIMERA PARTE)

Presta oído y avizora con tus ojos de lince Tu ¡oh muchacho travieso! Que lees estas líneas escritas para tu distracción; y tu muchacho adulto que finges experiencia precoz en las encrucijadas de esta vida nunca vivida lo bastante; y tú también viejo niño senil de enturbiada mirada henchida de tristeza y que anhelas vivir más todavía; oh infantiles muchachos, adultos infantiles e infantiles ancianos, porque les voy a narrar la historia fiera de unos aventureros temerarios, que ambicionaron el oro y las riquezas, la fama y sus ventajas, el poder y sus goces, en una edad remota, sanguinaria y sombría, miserable y heroica, villana y gentil, generosa y mezquina, diabólica y cristiana, gigantesca, suprema, soberana, impetuosa y arrolladora.

Que su lectura les aproveche muchachos de todas las edades, y que espero saquen sabedoras recetas que les ahorren sinsabores y enseñen la ciencia de poner en un brete las pasiones quemantes y encaminen la ambición, sin dejar por nada ambición y pasión al rehogar vuestra existencia en sus propios peroles.

Ellos vivieron sendas vidas violentas, excitantes, gestoras, destrozando sus vidas en la empresa, vosotros muchachos aprendan del choque feroz que de sus pasiones se desprenden.

EN TRUJILLO EXTREMADURA CIERTA VEZ

Despidiendo a la noche arranco del corral rasgando el negro manto apolillado de luceros, la firme y sostenida clarinada del gallo cual saeta sonora.
Gimió el silencio roto
Centellaron los astros

La noche recogió sus estrellas que tenían el brillo tembloroso de una triste mirada con lentitud calmosa, y la aurora sonrió, musical y celeste.

Los gallos del contorno, centinelas alertas entrecruzaron sus avisos garridos de que la aurora llegaba, en lejanía cada vez más cercanas las clarinadas de otros gallos, sonaron alertas, agresivas y fueron perdiéndose en dirección al sol, camino de la luz.
La corona celestial de la aurora se hizo oro matinal

Los puercos moviendo los rabillos ridículos, chapoteaban en el lodo del chiquero, fétido y negro, con reflejos de acero, derribando torpemente el agua sucia que bebían de una botija.

A la vera del camino real se encontraba este chiquero o porqueriza, su dueño un hijodalgo, hombre de guerra, coronel de los tercios del monarca que lustro sus blasones y relleno sus arcas al servicio del Rey, junto al gran capitán don Gonzalo de Córdova, su tocayo y amigo él se nombraba como don Gonzalo Pizarro.

El camino real serpenteaba como insinuando un garabato ante el corral de don Gonzalo Pizarro, lindando con el camino por muros de piedra, acá y allá se ven otros corrales, un caserón destartalado y una mansión deshabitada, un mesón u hospedería, ya matorrales, ya un erial, ya tierras secas.

Pasaban por allí desde temprano gentes a pie, jinetes a horcadas en corceles briosos, labriegos sentados con sus mujeres, mercaderes con breves carromatos ligeros.

Chapoteaban los cerdos en su triste y monótono movimiento de aguas terrosas en la acequia, cantora y pertinaz como llenas de nostalgia, de anhelos fugitivos, de ambición vagabunda, al cruzar la acequia vemos la cara seria del mozuelo Francisco, el que cuidaba el corral de los cerdos.

Tú recoge la pierna dormilón que pario la chancha y no lo barruntas, gritaba desde temprano día a día un enjuto vejete detrás de la tranquera y tirando terrones al cuartucho que guarecía a Francisco, que al poco tiempo asomaba pie descalzo, e invariable el vejete decía:
No medraras si lo presiente su merced don Gonzalo, además te romperá la tiesta.

Luego traía el resto del guisado habido en el mesón la noche anterior, sobrantes de vituallas todo metido en una cuba, vaciaba el vejestorio sus menjurjes y palmeándole en el hombro le decía:
Francisco eres poltrón y muy flojo así no conseguirás nada.

El mozalbete cuidador de marranos se llamaba Francisco y se decía en el pueblo, que era hijo a hurtadillas del señor don Gonzalo Pizarro, habido con cierta moza fachendosa de la misma ciudad, la Francisca Gonzales, hija de Juan Mateos y de María Alonso, no era poco abolengo en ese entonces por aquellos lugares saberse hijo cierto de tal y de la cual, más la Pancha Gonzales ora por despecho al desdén de don Gonzalo que paso por su vida y dejo eso, o por llevar de tapado su desliz, o bien por respeto o temor a las iras justas de Juan y de María sus dignísimos padres, personas pobres pero honradas, o por no andar en lenguas que es la peor servidumbre y el más desastrado acontecimiento, o por guardar la honrilla, o por esto o por lo otro, lo cierto es que doña Francisca abandono aun recién nacido y en pañoletas a Francisco, en un paquete al borde de la acera, bajo un viejo portal de dicha ciudad que es nombrada como Trujillo de Extremadura en España.

Eso decían las malas lenguas entonces en Trujillo, por malquerencia a don Gonzalo Pizarro, persona poderosa y que traía envidiosas miradas de los bellacos, y agregaban aunque de retorno a la tierra al ver a cierto rapazuelo de patas calatas y expósito sabido, sin ver que era su hijo habido en la Francisca, y que se asemejaba mucho a él, viéndolo ya útil lo reclamo de manos de una mujer humilde que lo había criado, amamantándolo con leche de marrana y que sin hacer conocer que era su propio hijo lo puso a cuidar los cochinos y cochinas en el corral.

Se le criticaba mucho a don Gonzalo Pizarro de tamaño desapego, sin igual desamor con el vástago, pero el magnífico señor pasaba por debajo del muslo el chismorreo y las habladurías de esos lenguaraces.
Y el mundo seguía rodando y ya el sol comenzaba a ponerse.

El mozalbete Francisco arreglaba el chiquero, hacia la limpieza, cambiaba por agua menos sucia la enlodada agua vieja del recipiente en que abrevaban los marranos, les daba de comer y luego terminado el quehacer contemplaba retozar a los cerdos pequeños, sentado en una piedra grande cerca de la acequia de aguas prietas, se quedaba extasiado contemplando el camino lleno de promesas, soñaba con países remotos, aventuras infinitas, mundos de promisión y de esperanzas y en su alma dolida, triste y solo, desamado y perdido entre sus cerdos, únicos compañeros de su infancia, soltaba el corazón en ardientes ensueños migratorios, como pájaros bobos y su imaginación resuelta ingresaba en caminos encantados de dulce utopía, conquistaba países, lograba tener mucho oro, derrotaba enemigos fantásticos en terribles batallas, y soñaba y soñaba ¿y por qué no? La tarde caía y la noche llegaba tendiendo su capote apolillado de luceros parpadeantes, Francisco el porquerizo se quedaba dormido, mientras los marranos dispersos, dejados a su suerte saltaban del chiquero e iban de fechoría aprovechando el descuido.

Todas las hazañas heroicas que años después realizara el señor don Francisco Pizarro, para asombro del mundo y provecho de España, excepto el bandidaje que en ciertas circunstancias tuvo que hacer, fueron soñadas ¡si señor! Por Francisco el porquerizo en el corral Trujillano de su padre, entre sus cerdos cerca de la acequia turbia e inmunda, contemplando entristecido el camino serpenteante y tentador que se perdía en lontananza, prometiendo imposibles, ya que nada grande puede hacerse en el mundo si no se soñó antes, largamente, maravillosamente.

A veces mientras soñaba el pequeño porquerizo imposibles hazañas, los cerdos violaron la tranquera y fugaron veloces por el camino real más audaces que él, como si se propusieran exaltarlo en sus bríos de triste cuidador de cerdos que los apacentaba, entonces Francisco devuelto rudamente a la realidad desde su reino de prodigios, Asia un palo y corría por el camino exasperado , mudo de pánico, persiguiendo sus cerdos uno a uno por los atajos y recodos, muy entrada la noche hasta cogerlos y encerrarlos, rendido, anonadado, con horror en la mirada por la ira posible del hijodalgo y señor don Gonzalo, se tiraba en el jergón y dormía como duermen los mozos que se asustan cuando se asustan siendo mozos, pues hubo ocasiones en que sentado escuchando los ruidos de la noche, sintió la impresión de una mirada que se clavaba y que movía la cabeza, él se quedaba patitieso, congelado al contemplar la temible cabeza severa, de gran nariz y barba cana en puntera, bajo un birrete de terciario, apareciendo tras del vallado, mirándolo con ojos filicidas, largo rato y luego desaparecía, Francisco se quedaba sin resuello.
Don Gonzalo se iba
Francisco asustado temía su retorno.

Algunos preguntaban en el mesón del lugar mirando el abandono del muchacho.
Dicen que es de don Gonzalo, el caso es de dudar.

Rodaban los dados del corneo cubilete sobre el basto tablero, manchado con vino fuerte y tinto, lleno del sol de Andalucía.
Sonaban las carcajadas.

Pero una vez Francisco soñó más de la cuenta, los cerdos se fugaron, haciendo su garrote los busco como siempre, pero esta vez no los hallo, desesperado, anhelante, compungido y lloroso se alejó del corral, desalentado se sentó a meditar en su desventura; se decidió a escapar para librarse del castigo, ¿pero dónde ir? ¿Qué sendero tomar? ¿Cómo vivir?

Pero acertaron a pasar por allí donde el mozuelo se encontraba, unos mercaderes ambulantes que iban de pueblo en pueblo, trocando sus productos, se acercó a ellos que lo acogieron bien, decían que marchaban a Sevilla y el marcho para allá, feliz y alegre libre de su marranos y la severidad de su amo, don Gonzalo Pizarro, coronel de los tercios de Italia con el gran capitán.

Los mercaderes han sido casi desde siempre, sujetos de medianos escrúpulos y no averiguaron la procedencia de Francisco y cargaron con él, para servirse del mozuelo que era vivo y diligente y les gano la voluntad, así marcho de pueblo en pueblo y aprendió en tan aguda compañía finísimos recursos, y adquirió la ciencia y el arte que permite meter gato por liebre a las gentes poblanas, era muy hábil el mozo para tal menester, pero Francisco tenía el alma ardiente y era robusto y tenía gran empuje, comprendió que no era eso lo que quería el de desmenuzar la existencia en tales enredillos, abandono a los mercaderes y rodo por el mundo, anduvo con los faranduleros en las ferias, vagabundeo a su arbitrio en excelentes o pésimas compañías, merodeo en los puertos, la justicia tuvo que ver con él y alguaciles temibles y de aliento avinagrado lo persiguieron más de una vez, muchos trataron de envolverlo en papeleos pero su buena estrella y la malicia natural lo sacaron con bien de los aprietos.

Diestro era ahora Francisco Pizarro en el manejo de la espada, pero era corto y tímido por lo mucho sufrido en su niñez, su mezquino saber y ninguna letras, fue el subalterno en aquellas andanzas y correrías, pero aprendía pronto y adquiría sapiencia de la vida, esa que no se encuentra entre cartapacios y libros, leía ligero la maldad en la trapacería de los ojos, era obediente a las órdenes y capaz de hacer pronto y firme cualquier encargo, o comisión de bajo vuelo y por eso se le apreciaba y se le requería; pero Francisco Pizarro soñaba con la guerra, con los tercios de Flandes y de Italia, se extasiaba con el mar infinito y proceloso abierto por Cristóbal Colon a la audacia sin límites de las velas latinas.

¡Ah! La riqueza presentida de aquellos territorios emergidos del mar, a la aventura y temeridad sin importar un ardid en cualquier lance por el honor y los maravedíes.
Qué edad tienes Francisco, lo interrogo cierta vez el capitán de la partida.
Averígüelo, responde Francisco.

Doy por averiguado que vienes de los setenta tantos, tienes mayoría de edad.
Vive dios has hablado como los hombres y eso vasta.
Bebamos capitán, salud,

Salud y bienandanza, suerte y maravedíes, apunto el capitán golpeando con el pomo la tizona sobre la mesa rustica de la taberna en la que estaban, escancio el capataz en los vasos de estaño el vino de un garrafón, bebieron haciendo sonar los gargueros y chasqueando la lengua, pues no eran gentes finas y acabaron el vino.

Grato este vino, no es cierto mi capitán.
Si muy trepador y alegrón.
Grato alegre y barato.
Carcajeo la tropa.
Nos da lo peor este bellaco de cantinero.
El mozo se acerca y dice, es cosa fina de lo bueno lo mejor, defendiendo su cabeza de los golpes de espada que le dan los aventureros, venga más vino que mal rayo te parta.

Grande algazara hay en la taberna, juramentos y rizas, choques de vasos y estallar de garrafas contra el piso, ruido de dados y todo impregnado de un fiero olor a cueva.
Levantando la voz el capataz con la mano en bocina, grita hay mucho enganche para las indias de occidente.
Pronto saldrán 3 navíos y doce carabelas, enrumban prestos.

Ya engancho muchos hombres, va de sobrado ya.

Francisco Pizarro pasa hambrunas y cuitas, espadachín de oficio se alquila, pone su brazo y su agudeza, habilidad y destreza a quien lo paga, en ocasiones lleva repleta la bolsa y paga el vino en las tabernas con fuertes sumas, en otras marcha desmantelado, de trapío, sin embozo ni capa, pero Francisco no desespera, tiene paciencia y serenidad, guarda confianza en sí, en su brazo potente y en su espada certera, en su ojo avizor y su olfato de lince, espera y cuando a su costado acierta a pasar la ocasión, Francisco estira el brazo y empuña bien presto, más cuando ella se tarda y no se asoma, Francisco va en su busca y la suele encontrar; pero la época es mala, decae, menguan las ocasiones, disminuye las áureas ganancias, hay ocasiones en que anda sin tizona, con el zapato desgastado y sin jubón, con la capa prestada.

En otra parte arden las guerras en Navarra, don Gonzalo Pizarro se encuentra por esos lares, guerreando y mandando al lado de su hijo reconocido Hernando; Francisco decide ir y marcha allá, se engancha y guerrea, hiere y lo hieren, mas no lo matan aunque si lo intentan, gana fama su brazo y ya es un soldado hecho y derecho, lo aprecian porque es fuerte, valiente y audaz, maneja la espada lindamente, tiene ingenio y es altivo, es enviado a servir en el tercio que capitanea don Gonzalo Pizarro, pero don Gonzalo lo ignora vive Dios hay tantos soldados en cada tercio, pero Francisco se destaca, a menudo ve a su padre pasar en su corcel de guerra, firmemente sentado en el apero, centellante la espada toledana, pero Francisco aun le teme, más que a los mosquetes, trabucos y tizonas, teme la mirada endemoniada de su padre y señor y la ira tremenda por la pérdida de los marranos del corral Trujillano, Francisco es un buen combatiente y don Gonzalo se entera y Hernando su hermano lo propala, entonces el capitán Gonzalo Pizarro lo llama a su servicio y lo coloca entre los que se lanzan al combate rodeando su persona.

¿Cómo, cuándo, porque, con qué motivo, el capitán don Gonzalo Pizarro reconoce a su hijo? Nadie lo sabe.

Lo cierto es que Francisco en las guerras de Navarra y en Italia, sigue al lado de don Gonzalo que ya es coronel, guerrea al lado de su padre y de su hermano y se hace nombrar con permiso de don Gonzalo como Francisco Pizarro.

Con la aparición de don Alonso Quijano, el famoso don Quijote de la Mancha, es cuando España comienza a expandirse, siente dentro de sí la urgencia de aventuras estrepitosas, que la lleven fuera de su recinto a representar las peripecias de sus potencias imaginativas en brote fantástico, el caballero de la mancha hace su primera salida contagiando a señores y vasallos su morbo mental, Isabel la Católica escribe sin aun saberlo, el prólogo de la novela que vivirá su raza en el continente americano, fomentando las locuras del trashumante peregrino de la Rábida; cuando España se quijotiza hasta sus analfabetos se transforman en personajes, la América india se levanta en el fondo de la bruma como un castillo encantado, fantaseado por el misterio de su lejanía y apetecida, tienta y como el quijote a procreado hijos imprudentes, se lanzan impelidos por los resortes de la sangre a la aventura, frente a esta tentación los puertos se colman de aventureros, las carabelas rocinantes trajinan las aguas.

Hay un ir y venir inusitado en el extenso puerto y las olas humedecen suavemente la orilla, en la roqueda los copos tornasoles de espuma burbujean.
El mar se abre, infinito y azul hacia la inmensidad.

Cimbra su arco extendido el horizonte arrebolado, uniendo el mar al firmamento, cielo azul, mar azul, gaviotas en bandadas que felices se pierden, olor a yodo y salitre, olor a algas.
Se mecen las carabelas en el puerto, alzan su proa de tres palos los navíos, se hincha el velamen, crujen los palos, se tiemplan los cordajes sonoros, silva el viento en las jarcias y los foques oblicuos y angulosos, van soslayando el ventarrón en tanto la cangreja golpea, apuntan los baupreses, van y vienen las gentes en el puerto.

Ya se hacen a la mar las grandes naves y las someras carabelas van repletas de gente aventurera, tipos hambrientos de oro y de buena fortuna, muchachada que anhela la gloria y la riqueza, hombres de oscuras mientes y de espíritus torvos, malvados e ignorantes, letrados y bandidos, frailes y matarifes, hay de todo en esta vasta expedición, gentes de valía y temible detritus.

Los marineros se aprestan a la maniobras, mientras los civiles acodados a la borda se asoman en racimos, por las escotillas y claraboyas, cantan alegres y felices y dicen adiós al gentío de la playa, el viento es favorable, la briza de rato en rato trae trozos de las canciones preñadas de esperanza.
Porque nací gitanillo
y no me gusta el trabajo
y lere, lerele , lerele.

Ya se pierden allá, las líneas elegantes del velamen latino, dibujando zigzag en el cielo las aves marineras, y el sol se hunde a lo lejos, incendiario, tras el tenso horizonte y zambulle su bola ensangrentada en el mar azul, el crepúsculo pasa sobre el puerto, como aleta fugaz y la noche desciende, brillan en lo alto los luceros, la luna llena obesa va plateando como una estela el camino de las indias.

En el puente Cristóbal Colon vigila, es el último viaje del gran almirante, ya había sido enviado a España encadenado por el canalla Bobadilla, una leve tristeza ensombrecía por momentos la cristalina transparencia de sus ojos azules, llenos de fuerza y de dulzura.
Cantaban los soldados hacinados en las bodegas y pañoles.
Argentaba la luna, hacia frio.

Soldados, marineros, aventureros, trajinantes de todos los caminos de la tierra, picaros redomados, hampones de baja estofa y pésima ralea, tirados en cubierta o amontonados en el fondo, sobre jergones o las lonas del velamen, codo con codo, dormían sobre el suelo la mayoría de ellos, ateridos en las noches friolentas, tratando de abrigarse unos a otros apretándose, jadeantes, sudorosos, casi asfixiados cuando el sol resplandece en las tardes ardientes, alegres y esperanzados en las horas de calma y de barlovento, navegando con viento en popa, otras veces desalentados cuando el mar se hinchaba y el cielo se encapotaba anunciando tormenta, cuando era contraria la ventisca.

Lentas, pesadas, largas, inacabables parecían las horas para la tropa, salvo las guardias que hacían los soldados y los servicios de la marinería, la tropa no tenía nada que hacer y las horas consagradas al sueño eran desapacibles, los momentos de comer era cada vez menos grato, la tropa se iba hartando de la navegación y se desesperaba por pisar tierra firme, pero el suelo era lejano aun.

Tras la nave capitana iban las otras, a veces cuando la calma chicha se hacía en torno de ellas, pesaba como el plomo el aire inmóvil, se aflojaban las jarcias y las velas chorreaban desinfladas como odres vacíos, en el océano infinito no se formaba ni una arruga, el cielo terso mantenía serenas y ceñidas a su azul a las nubecillas albicantes.

Silencio y soledad, entonces las naves de dos a dos, soltaban calabrotes y se atrincaban en calmo barloar, el pasaje cantaba y cada cual entonaba una canción de su terruño, evocativa del remoto lugar familiar y soltaba la mente hacia el paisaje de la infancia.

Otros jugaban, cubileteando su fortuna futura al rodar de los dados de madera.

Tornaba a soplar la racha favorable y las jarcias crujían, las velas se inflamaban, soltadas las barloas, desceñidos, viento en popa avanzaban, codiciosos los barcos señalando el bauprés a la esperanza.

El océano arrugaba el entrecejo, trajinaban las nubes en la cúpula honda azul dorada, señalando la ruta, el clarín de la briza daba su son triunfal.
Marineros y soldados, redomados bellacos, picaros de mala ley, frailes, hampones y señores, hijosdalgo pobres pero ambiciosos, hombres de aquella edad aventurera, almas recias, nervios de hierro castellano que empujan bajeles a países de ensueño y territorios imposibles, valerosos señores que se jugaban la vida al cubilete, que perdían o ganaban en jugadas desalmadas por cuestiones de monto o baladíes, caballeros violentos de esa edad acabada, que rayaron los mares con caminos de espuma, inventando el mundo y ganando países amasados con sangre, audacia, robos, dolores y penurias a golpes de arcabuz o de garrotes, que sea liviana la tierra de la fosa que los cubre y que Dios en los cielos los aguante, por Belcebú.

Es de noche y la luna platea e ilumina el derrote, pestañean los luceros, en la postrera carabela y cerca de la rueda del timón, que mantiene con mano firme el segundo piloto, mozalbete italiano hecho a la travesía del océano muchas veces hendido por el gran almirante, quien surge con su alta silueta corpulenta y clava los ojos en la noche con dirección a las indias, la capa batida por el viento a sotavento le azota los flancos, el permanece inmóvil largo rato y parece querer perforar las sombras.

Pregunta el segundo de abordo ¿demorara este tiempo nuestra travesía?

Si el viento empuja como ahora toda la noche en cuatro lunas llegaremos, más si se torna mal el tiempo, pasaremos por la Dios es cristo respondió el gran almirante y siguió mirando el mar embozado en su capa.

Avanzaba la nave velozmente con tremendo balance, el monótono golpear de los maderos, el silbido del viento siempre igual y el vibrar de las cuerdas adormecían al piloto asido a su rodela, soledad, cerco negro de la noche anchurosa, clarines de los vientos, guiños de las estrellas, la luna hecha de harina redonda se pulveriza sobre el mar, trozos de canciones perdidas, lugareñas, tristes y melancólicas, que angustian el alma con su apretón nostálgico.

Soledad, soledad oscuros horizontes sin fin.

Avanzan los bajeles viento en popa y el piloto dice, capitán Inglaterra clava los ojos en este piélago, corsarios Ingleses trajinan hacia allende. Rayos y truenos, dejaran sus huesos si osan pisar estas tierras que son dominios de Castilla.
Dicen capitán que hay un navío de tres puentes trajinando estos mares, luego parece que se pierde y se hunde en el mar, luego torna a salir a todo velamen.

No hables de esa manera que pareces no ser un piloto de este océano.

Frisaría los treinta años de edad don Francisco Pizarro, cuando escuchara lo dicho por el piloto Italiano, cerca de timón de proa en la carabela del almirante Cristóbal Colon, en su último viaje a tierra firme; reía don Francisco Pizarro de las supersticiones del piloto, pero como la travesía se alargaba y disminuían las vituallas y se racionase, los vientos se tornaron contrarios y el mar se encrespara y estallaran las jarcias, el velamen se rasgase y algunas vergas locas barrieran la cubierta, rompiendo la tiesta a más de uno, luego como varios murieran y la peste arrasara se arrojaban a diario cadáveres al océano, entonces las supersticiones del piloto tomaron cuerpo entre la gente, hiriendo con colores sombríos las imaginaciones, el navío fantasma de tres puentes que surcaba los mares viento en popa contra todos los vientos, que se hundía en las aguas para luego ascender y seguir viento en popa, señoreando el océano y sembrando el terror, fue por casi todos creído, visto, escuchado y palpado, versiones espantables corrían sobre el buque fantasma de navío en navío.

Rio de muy buena gana el gran almirante con las ocurrencias de su piloto, como buen Genovés y viejo lobo, don Cristóbal Colon era supersticioso y creía en fantasmas y en barcos sumergidos, en sirenas doradas de cabelleras verde Nilo que encantaban a marinos precipitándolos al fondo del tragaldabas mar cantor, creyó de cabo a rabo las patrañas de su piloto, pero nadie le disputaría el océano, ni Inglaterra ni el demonio, aunque todos los pueblos arribistas de esta bola terrosa tenían puesto los ojos en las indias.

¡Oh! Dios de dioses aquella noche oscura y tormentosa, llena de sombras espantables y ruidos tremebundos, chaparrones desmedidos, truenos y relámpagos, rayos y maldiciones, en que las olas cual montañas barrían la cubierta desmantelando los bajeles.

Esta noche espantable, por todos los Dioses del olimpo, gente desalmada forjadas en todas las maldades, todas las durezas y todos los dolores, gentes endemoniadas que dieron su alma al diablo y jugaron sus vidas en mil ocasiones, gemían despavoridos en los pañoles y bodegas, desesperados de morir esa noche tremenda tragados por el mar.

Amarrado al trinquete muy cerca del piloto que Asia su timón, don Francisco Pizarro tiritando, morado, hecho un pingajo y chorreando por todas las chorreras agua de lluvia, famélico, afiebrado, con los ojos salidos como cocos de las orbitas, Dios de los dioses, vio bien claro por el relámpago, venir la feroz carabela, catapultarse, poderoso e inmenso al navío pesado de tres puentes, velamen al viento que se acercaba.
Erizados los pelos el piloto vio venir la muerte, y creyó ver en la alta proa del navío fantasma de tres palos en claras letras su nombre grabado “la pureza” frente a Jamaica naufragaba la escuadra, desnudos, tiritando entre los pocos escapados a la hambruna del mar se encontraba Francisco Pizarro..


domingo, 13 de abril de 2014

EL DIARIO DE LIMA (ULTIMA PARTE)


ABRIL DE 1634

 

Hoy primero de abril, llego un correo extraordinario desde el puerto de Paita con cartas de tierra firme, en la que el presidente de Panamá escribe a su excelencia el señor virrey con fecha del 12 de febrero, que por noticias llegadas desde Cartagena se ha sabido que el marqués de Cadereyta había llegado a la Habana con los galeones y había tenido disgustos con los pilotos de la armada.

Así mismo, avisan que en Cartagena hizo el gobernador justicia con un numeroso grupo de negros cimarrones, que se habían fortificado en un palenque y estaba comandada por una negra valerosa a la que llamaban Reina y que costo gran trabajo prenderla.

Este mismo día por la mañana en el convento de san francisco se hicieron las honras del difunto don Miguel de Lizarazu, quien era hermano del señor presidente de las Charcas, asistieron a ella el señor arzobispo y la real audiencia.

Día 2, llego la nueva que el señor presidente de las Charcas don Juan de Lizarazu, había llegado la noche anterior al pueblo de Carabayllo a tres leguas de esta corte.

Este día su excelencia el señor virrey ordeno despachar una gran cantidad de soldados a caballo, contra los negros cimarrones que inquietan el contorno de Cieneguilla.

Día 3, esta mañana murió de un infarto don Bartolomé Torres de Cámara, quien era escribano público y del número de esta ciudad; en el puerto del Callao murió un religioso de la orden del beato juan de Dios.

Día 4, su excelencia el señor virrey ordeno despachar título de capitán de infantería del presidio del puerto del Callao, a don Diego de Egues y Beaumont, quien es caballero del habito de Santiago, este cargo en el presidio del puerto lo tenía don Pedro de Corcuera.

Día 5, un arriero de Huancavelica trajo a esta ciudad dos cargas de piedra de la mina de brea que se descubrió en el distrito de aquella villa, habiéndose beneficiado se descubrió ser excelente, no se quema y consume en la lumbre y se descubrió ser muy a propósito para conservar el vino.

Día 6, los señores de la real audiencia en revista confirmaron el auto del gobierno, en que se manda suspender por ahora el cumplimiento y ejecución de la real cedula acerca del pago del dos por ciento de las viñas.

Día 7, entro a esta ciudad el señor doctor Juan de Lizarazu, presidente de la real audiencia de las Charcas llego con su esposa y familia.

Día 8, sábado de ramos, el señor virrey y la real audiencia por la mañana hicieron la acostumbrada visita general de la real cárcel de la corte, estuvieron hasta las dos de la tarde, luego a las cuatro de la tarde fueron a la cárcel de la ciudad y soltaron algunos presos con condenas leves.

Día 9, domingo de ramos, el señor virrey y la real audiencia por la mañana asistieron a los divinos oficios en la santa iglesia metropolitana, predico el doctor Pedro de Ortega un sermón magistral.

Este mismo día llego un correo extraordinario de la villa de Potosí, en el que viene un resumen por mayor de la plata que baja este año a la cuenta de su majestad el Rey, la real caja dice que es un millón con cuatrocientos mil ducados.

Día 10, ingreso a esta ciudad don Francisco de Loayza, caballero del habito de Santiago y vecino encomendero del Cuzco, dicen que viene en seguimiento de un pleito criminal.

Día 11, llego la nueva que se había ahogado en el rio de Cieneguilla don Francisco Núñez, quien era más conocido por su apodo frasquillo, era barrachel de campaña y él iba en seguimiento de los negros cimarrones que asolan esa región.

Día 12, miércoles santo y esta tarde el señor virrey y la real audiencia, asistieron a las tinieblas en la iglesia del convento de monjas de la encarnación, donde su excelencia el señor virrey vio la procesión de los nazarenos que salió de la iglesia de predicadores.

Día 13, esta mañana el señor virrey y la real audiencia asistieron a los divinos oficios en la santa iglesia metropolitana, el señor arzobispo canto la misa de pontifical e hizo la consagración de los santos oleos, por la tarde se hizo una procesión.

Día 14, esta mañana su excelencia el señor virrey y los miembros de la real audiencia volvieron a asistir a la iglesia metropolitana, el señor arzobispo canto la misa, por la tarde fueron a oír las tinieblas en la iglesia del convento de monjas de la concepción, desde donde vieron la procesión del entierro de nuestro señor Jesucristo que salió de la iglesia de la merced, poco después salió otra procesión de la iglesia de san francisco.

Día 15, amaneció en el puerto del Callao la nave capitana que viene desde Arica con el tesoro de su majestad, dio fondo la noche anterior como a las 11 de la noche y trae por nueva que en dicha ciudad de Arica el día 24 pasado había muerto doña Magdalena de Castro y Guzmán, quien era esposa del señor licenciado don Antonio de Calatayud, oidor de la real audiencia de la Plata.

Este mismo día por la mañana el señor virrey ordeno una junta del real acuerdo general de hacienda, llamo a los priores y cónsules del comercio de mercaderes, su excelencia el señor virrey ordeno que la armada partirá para tierra firme el 3 de mayo, esta reunión termino a las 5 de la tarde.

Día 16, fiesta de pascua de resurrección, se hizo la acostumbrada procesión en la iglesia de san Agustín con mucha solemnidad y concurso de gente.

Día 17, el señor virrey y la real audiencia asistieron esta mañana a la santa iglesia metropolitana, a la misa y sermón que predico el padre fray Blas de Acosta, de la orden de santo domingo y por la tarde el señor virrey y su esposa fueron a la Alameda.

Día 18, su excelencia el señor virrey hizo merced a don Francisco Espejo, quien era portero de la real audiencia, ahora será alguacil de oficiales reales puesto que vaco por la muerte del alguacil Solís.

Día 19, por despacho que remitió el juez eclesiástico de la ciudad de Huamanga, se revocó en todas las sentencias lo que el provisor había dado contra tres monjas de santa Clara, se ordenó reintegrar a todas las preeminencias que antes gozaban.

Día 20, el señor virrey hizo merced de los siguientes corregimientos:

A don Hernando de Añazco, quien era teniente de la guardia de a pie, el corregimiento de Cañete.

A don Francisco Tello, caballero de la orden de Santiago quien el año pasado vino de tierra firme, el corregimiento de Chumbivilcas.

Al general don Fernando Ordoñez de Valencia, el corregimiento de Moquegua.

Día 21, el señor virrey nombro al doctor Dionisio Pérez Manrique alcalde del crimen de esta real audiencia, como juez en comisión a la ciudad de Cajamarca.

Día 22, don Antonio Cabezas y don Diego López, mercaderes muy acreditados en esta plaza tuvieron un cruce de palabras muy pesadas y llegaron a sacar las espadas en la calle de los mercaderes, dicen que discutían sobre dilatar el pago de uno al otro de cierta cantidad considerable, por causa de no haber llegado las recuas que traen la plata de la ciudad del Cuzco, cuya tardanza hace mala obra con muchos interesados.

Día 23, ingreso a esta ciudad la recua que llevo el azogue a Caylloma y entrego en esta real caja 210,000 pesos, descontados los quintos de su majestad el Rey en aquel asiento.

Día 24, llego el correo ordinario desde Quito y de cartas que llegaron del puerto de Paita, avisan que una noche le cortaron la cara a don Pedro de Carvajal, quien es contador de la real caja sin encontrarse aun al malhechor.

Este mismo día por noticia que tuvo su excelencia el señor virrey, por vía de un negro espía que se ofreció dar en manos de la justicia a los cimarrones que andan en los cerros de Cicicaya, despacho esta misma noche al provincial de la hermandad y muchos soldados a pie y a caballo pero solo cogieron a una negra los demás negros cimarrones huyeron.

Día 25, llego un correo extraordinario de la ciudad de la Plata, que trajo las cuentas de los oficiales reales de la Paz.

Por cartas llegadas en este correo extraordinario se supo que entre la villa de Potosí y el Cuzco, había quebrado don Francisco de Valderas en más de 40,000 pesos que traía cargado en su recua, de la cuenta de diferentes personas particulares y vecinos del Cuzco.

Día 26, don Luis Correa quien es hijo de don Sebastián Correa, mercader Portugués muy rico que vino hace poco de España, tuvo una pendencia con don Francisco de Espejo, ambos resultaron heridos levemente.

Día 27, llego un correo extraordinario desde la ciudad del Cuzco con las cuentas de la real caja.

Día 28, se enterró en esta santa iglesia metropolitana el sargento Jacinto Rodríguez, oficial sombrerero que la noche anterior como a las 8 de la noche, después de haber cenado y estando sano y bueno le sobrevino un ahogamiento de flemas y en menos de una hora le quito la vida.

Día 29, al mediodía ingreso a esta ciudad el arriero que trae la plata a cuenta de su majestad el Rey de la real caja del cuzco.

Día 30, amaneció quemada la puerta de la tienda de un mulato, quien es oficial de platero y alquila la casa de doña Catalina Ordoñez de Córdova, se dice que le robaron al mulato todo lo que tenía en ella que valdría más de 1,000 pesos.

 

MAYO DE 1634

Hoy primero de mayo a las 8 de la noche, cerca de la puerta reglar del convento de predicadores queriendo un negro quitar a una negra 10 pesos que traía, ella empezó a dar voces de auxilio y de una de las casa salió una mulata y queriendo defender a la negra el ladrón le dio una puñalada en la garganta con un cuchillo carnicero, murió sin poderse confesar ni recibir los santos sacramentos.

Día 2, su excelencia el señor virrey ordeno prorrogar el despacho de la armada real hasta el día 12 de este mes.

Día 3, a las 4 de la madrugada hubo un temblor en esta ciudad, aunque duro un breve espacio no hizo daño alguno.

Día 4, dio fondo en el puerto del Callao el navío del capitán Domingo de Santibáñez, trae desde la ciudad de Arequipa la plata de su majestad el Rey y de particulares, fue mucho menos la cantidad que se esperaba, en dicho navío también llego don Juan de Valencia.

Día 5, su excelencia el señor virrey con el parecer del real acuerdo general de hacienda, del piloto mayor y de otras personas prácticas en las cosas del mar resolvieron enviar en esta presente ocasión a la armada real con suficiente cantidad de plata a Castilla, para que en Vizcaya se fabriquen 4 galeones para este mar del sur que se halla muy necesitada para su continua defensa, los cuales al estar terminadas vendrán por el estrecho de san Vicente.

Este mismo día por mandato del señor licenciado don Juan Bueno de Rojas, alcalde del crimen de esta real audiencia trajeron presos a esta real cárcel de corte, a 33 personas entre españoles, negros e indios para la pesquisa por la pérdida de 4 barras de oro en el pueblo de Pachacamac, que le fue hurtado al arriero que traía la plata de su majestad el Rey desde la ciudad de Castrovirreyna.

Día 6, dieron fondo en el puerto del callao los navíos de Manuel Rodríguez y de don Manuel Rosado, que vienen desde el puerto de Arica con una gran cantidad de plata.

Este día se refugió en la iglesia por fallido y quebrado don Francisco Gonzales de Olivera, llamado por sobre nombre el africano, también se refugió un mercachifle de los cajones, en días pasados hizo lo mismo un mercader de esta calle llamado Jorge de Tavares.

Día 7, su excelencia el señor virrey nombro al capitán don Francisco de Sosa, como cabo de la nave capitana, al capitán Fernando Albarracín como cabo de la nave almiranta que en esta presente ocasión viajaran hacia tierra firme con el tesoro de su majestad el Rey y plata de particulares.

Este día llego la nueva que el corregidor de la provincia de Huarochirí don Joseph Jarava, caballero de la orden de Santiago y con una gran cantidad de indios de su jurisdicción ha apresado a los negros cimarrones de Cieneguilla y mataron a algunos de ellos que se resistieron.

Día 8, esta mañana los señores de la real audiencia no acudieron al despacho ordinario de los pleitos, por estar ocupados en firmar los autos y recaudos que han de ir a Castilla en la presente ocasión, por la tarde hubo el acuerdo ordinario de justicia.

Día 9, al mediodía ingresaron a esta ciudad 12 negros y 10 negras, que fueron capturados por el corregidor de Huarochirí.

Día 10, en el barrio del colegio de san Martin como a las 8 de la noche, estando dos hombres parados en una puerta llegaron otros dos y de improviso les dieron cuatro estocadas, no les dieron oportunidad de sacar sus espadas y uno de ellos murió en el hospital de san Andrés y el otro está herido gravemente.

Día 11, el padre maestro fray Luis de Vera, quien es mercenario presento una petición ante el rector de esta universidad, por la que se opone a la catedra de sagrada escritura que se proveerá el próximo mes, por haberse cumplido los 4 años que sirvió el padre fray Lucas de Mendoza, provincial de la orden de san Agustín.

Día 12, el prior y cónsules de comercio de esta ciudad, por la mañana presentaron un memorial al señor virrey, suplicándole se sirviese conceder nueva prórroga al despacho de la armada real porque aún no llegan las recuas del Cuzco que traen más de 700,000 pesos de particulares; el señor virrey ordeno una junta del real acuerdo general para ver este punto y se proveyó prorrogar hasta el 17 de este mes, después por la tarde se pregono por la calle de los mercaderes.

Este día por la tarde don Antonio Henríquez del Castillo, regidor de esta ciudad pidió licencia al señor virrey para casarse con la sobrina de doña Paula Piraldo.

Día 13, este día el prior y los cónsules de comercio sacaron de la iglesia de san Agustín a don Francisco Gonzales de Olivera, por haberse retraído en dicha iglesia por no poder pagar sus deudas que se dice es mucha cantidad de pesos.

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Como ha visto el lector de este diario, escrito por el clérigo don Antonio Suardo, solo abarca desde el 15 de mayo de 1629 hasta el 13 de mayo de 1634, la profunda religiosidad de nuestros mayores rebosa en todas estas páginas, pero no era insustancial y gazmoña como han dado en pintarnos ciertos escritores mal avenidos, pero no obstante su acendrada piedad, el genio Español siempre puntilloso y altivo estaba pronto a desenvainar la espada ante la menor injuria, en lo que toca a la justicia merece observarse la escrupulosidad con que se procedía, ninguna acepción de personas en la aplicación de las leyes o los castigos, pues lo mismo se enviaba a la cárcel y se le ponía un par de grillos al mozo de campo y plaza, al vulgar ladrón o al más encopetado hidalgo, además de ser la justicia imparcial era ejecutiva pues no daba plazos para restablecer el orden sino procuraba hacerlo de inmediato.

Fue don Luis Gerónimo de Cabrera y Bobadilla, cuarto conde chinchón y virrey de este reino, quien encargo escribir este diario, si bien no tuvo el que hacer frente al enemigo extranjero, tampoco vio alterada la paz interior por graves turbulencias, pues este nombre no merecen las contiendas entre Vicuñas y Vascongados, que por tanto tiempo convirtieron a la ciudad imperial del Cuzco en un campo de lucha, que según nos refiere el cronista Martínez Vela en sus anales se renovaron en 1637, el alzamiento de los indios Calchaquíes en el Tucumán y los de la laguna en Chucuito; mayores cuidados le acarrearon los avances de los Paulistas o mamelucos del Matto Grosso, quienes en frecuentes correrías asaltaban las reducciones del Paraguay con el fin de reducir a la esclavitud a sus habitantes, sabedor de todo los padres de la compañía de Jesús y especialmente el padre Nicolás Duran Mastrilli, quien había sido provincial de aquel lugar y luego del Perú, escribió en diversas ocasiones al Rey sobre la materia sin mucho resultado, solo años después se vino a tomar resolución, los Portugueses con deseos de expansión territorial habían avanzado a lo largo del rio Amazonas y llegado hasta la confluencia con el rio Napo, desde donde les fue fácil continuar hasta Quito, esta expedición encomendada al capitán Pedro Texeira fue una revelación para el gobierno Español, que dicho sea de paso nada hizo para impedir el avance.

“la relación del viaje de Texeira la remitió don Martin de Saavedra y Guzmán, quien era gobernador y capitán general de nueva Granada,  al presidente del consejo de indias don García Méndez de Haro, conde de castrillo con fecha 23 de junio de 1639, junto con un mapa del curso del rio Marañón cuyo origen se coloca en las cercanías de Quito, publico esta relación don Marcos Jiménez de la Espada en Madrid en 1889, tomándola del manuscrito de la biblioteca nacional 5859, lo que dio lugar a la aventura de Texeira fue el viaje emprendido por dos franciscanos fray Andrés de Toledo y fray Domingo Brieva quienes en 1636 por el Aguarico y el Napo bajaron al Amazonas y arribaron al Para´ en 1637.  

Otro suceso que ocurrió y no fue consignado por Suardo fue el descubrimiento de la Quina o cascarilla, ateniéndonos a la versión más común y mejor fundamentada la enfermedad de la virreina fue la causa de que la propiedad del maravilloso febrífugo fuera conocida, el haber venido por tierra atravesando los valles de la costa donde aún era endémico el paludismo, se sospecha que fue donde contrajo la dolencia, la condesa hizo su entrada en Lima el 19 de abril de 1629 y solo un mes más tarde empieza la relación de Suardo, así se explicaría el silencio del cronista.

Es lamentable que Suardo interrumpiese su diario, de lo contrario podía haberse dado la mano con Mugaburu y se tendría la historia continuada de la ciudad de los Reyes por más de medio siglo, el virrey conde de chinchón cita que el que continuo el diario de Lima fue don Diego de Medrano, pero la obra de este aún permanece desconocida.

 

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