El enunciado de este solo nombre evoca
una de las más sugestivas épocas de la evolución de la mujer limeña, de aquella
que fue símbolo de gracia y de modelo de espiritual donaire, ante la imagen de
amarillos grabados me imagino en la anónima lisura de esas limeñas, que
cubriéndose desde la cabeza hasta los pies miran desde ese romántico pasado,
con la insistencia que únicamente tiene la pupila de un monóculo.
Atisbaban ellas a sus contemporáneos con
un ojo penetrante en el triángulo que graciosamente formaban los pliegues de la
manta, se desvivían en vano los galanes de ese entonces por descubrir a la dama
y ella gozaba, acaso con el bello incognito de su atavió.
La tapada era el común denominador del
limeñismo femenino, ofreciendo avaras la primicia de una mirada en cuarto
menguante, ellas disimulaban muy bien con el muchas sabrosas aventuras, según
cuentan se dio el caso de un formal marido que muchas veces cortejaba armado de
los más encendidos piropos a su cónyuge, la misma que en el techo familiar no recibía
más que una respetuosa frialdad.
Florece la tapada en el siglo XVIII y
alcanza su reinado hasta entrada la república, capítulos de novela escribieron
las tapadas en los días de su imperio, cuando cerca del atardecer, cuando la
discreta penumbra era propicia al ensueño, salían las tapadas de sus mansiones
confundiéndose por las calles con todos los rangos, como una democrática
manifestación de mujerío y era su predilecto refugio, el cuadrilátero de la
plaza del cabildo, o en el portal de escribanos y en el de botoneros, en ellas
vendían a la sazón las negras dicharacheras y alegres el clásico champú, donde
rivalizaban los señores por convidar a las damas el exquisito bocado criollo.
Bajo la manta ahogaban muchas la amargura
de una fealdad, o una prematura vejez y eran por un momento, como en un
carnaval de máscaras las mujeres bonitas a cuyos oídos se acercaban temblando o
audaces los eróticos ditirambos, en el reinado de la mantilla en el marco de los encajes, el ovalo delicioso
de un rostro proclama la gracia limeña, el salero andaluz junto a unos ojos moros,
da fuego a la sangre que colorea las mejillas, que llega como un clavel
arrojado, desafiante es la imagen de unos labios que se entreabren, una
escapatoria a las rígidas normas sociales.
Pertenece también la tapada a la intriga
versallesca, ella lleva bajo el natural disfraz el billete de una intriga
política, y en sus manos portaba bajo el palio de su belleza, las proclamas de
la libertad de la patria, fue con Simón Bolívar que asistimos a la extinción de
la tapada, cuando una noche suntuosa mientras se daba un baile en su honor, que
cierta marquesa que iba ataviada con la clásica manta sevillana, que con la
anuencia sin duda de todas las demás damas se descubren en la fiesta tributada
al genial estratega Caraqueño.
El tiempo nos gana la partida y esa
mirada de antifaz que desde el pasado nos interroga, no sabemos su nombre y jamás
acertaremos, quien fue aquella dama a la cual un abuelo fanfarrón y
dieciochesco siguió sin esperanza por calles y plazas.
Me seguía la luna como el sueño de un
hada
Con su blanco casquete de virreina
encantada
Y a la luz pavorosa de su fría linterna
Escuche los rumores de una música interna
Que me hablaba de cosas que se fueron, de
gentes
Que pasaron, de tiempos que no son los
presentes.
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