Era un día en los antiguos tiempos en China y el porquero Ho Ti se
hallaba en el bosque recogiendo las bellotas caídas, dejando sola su
casa al cuidado de su hijo llamado Bo Bo, que empezó a jugar con fuego y
pego a un haz de paja el cual ardió en un abrir y cerrar de ojos,
quemando la casa y el establo inmediato donde precisamente se
encontraban por entonces una cría de lechoncitos recién nacidos, Bo Bo
lamento mucho lo ocurrido con los pobres lechoncitos que gruñían
horriblemente al arder, cuando el fuego ceso se acercó al sitio del
holocausto atraído por un olor delicioso, se inclinó y toco a uno de los
lechoncitos con el dedo, ¡como quemaba! Y conforme al instinto el
muchacho se llevó vivamente el dedo a la boca, en aquel habían quedado
algunos trozos de la piel del lechón y por primera vez en su vida y en
el de la china entera le fueron revelados el exquisito olor y el gusto
del asado.
En la china desde tiempos inmemoriales se comía el cerdo solamente
hervido, Bo Bo volvió a llevar el dedo al punto de donde aquello
procedía lo gusto de nuevo, luego metió toda la mano y decía ¡que
regalo! Sin embargo el deleite fue interrumpido por una serie de palazos
del padre que le decía, pillo, toma, toma; Bo Bo le da un poco a su
padre diciendo mira que bueno es, prueba que bueno, el padre toco el
pedazo que se le ofrecía y comió muy contento y continuaron el festín un
instante interrumpido.
Aquella misma noche estaba construida otra vez la choza y también el
establo, donde volvió la marrana madre de los lechoncitos y cada vez que
había una nueva cría, choza y establo ardían de nuevo para comer un
lechón asado, al fin las repetidas fogatas los hicieron sospechosos, se
les acuso de hechicería y comparecieron ante el tribunal de Pekín, que
estuvo a punto de condenarlos a sufrir la misma muerte que los lechones,
pero Ho Ti pidió hablar con los jueces y no fue difícil hacerlos
cambiar de parecer al hacerlos saborear el nuevo plato, todos lo
encontraron exquisito y Ho Ti y Bo Bo fueron absueltos.
A partir de entonces se multiplicaron en China hasta el infinito los
incendios de establos de cerdos, el precio de ellos subió
exorbitantemente, al fin alguien descubrió que para asar un lechón no
era necesario quemar la casa y el establo, solo unos cuantos leños
bastaban, mucho más adelante el progreso nos dio el asador, las
parrillas, el asador giratorio, el horno.
Es así que finiquito de contar este cuento, mientras termino de saborear
este asado tan dorado, tan aromático y apetitoso que apenas se
hallaron en las puntas de los tenedores ya estaba todo mundo felicitando
a la cocinera.
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